El tiempo

an solo hace unos minutos terminaba de ver la película de Ahora o Nunca (The Bucket List) protagonizada por Jack Nicholson y Morgan Freeman. De la película hablaré más bien poco ya que en Internet hay cientos de página con críticas y demás. En sí la película trata, con un gran toque sensiblero, de los últimos meses de dos señores mayores con una enfermedad terminal y de cómo obtienen un gran mensaje para finalizar sus vidas siendo felices. Todo ello intentando cumplir con una lista de deseos, un recuento de todas las cosas que querían hacer, ver y experimentar en la vida antes de morir, que les lleva a recorrer el mundo y probar distintas experiencias.

Todo bien hasta ahí, pero lo que verdaderamente me caló hondo es una frase del personaje de Morgan Freeman (Carter Chambers) que pronuncia mientras describe un poco su vida. El personaje comenta que, mientras estaba en la universidad, su novia queda embarazada de él y eso le obliga a renunciar a sus estudios en pos de mantener a su familia. Gracias a los años que corren, siendo negro y pobre, no le queda otra, dada la desesperación, que trabajar en lo primero que encontró, en un taller mecánico. Desaprovechado así, como demuestra durante de toda la película, de un gran potencial intelectual. Es entonces cuando, después de un breve silencio, dice que siempre quiso volver a estudiar pero que 45 años le pasaron volando. Esa frase me hizo padecer una extraña empatía por él, además de cierta aflicción y pesadumbre.

Siempre he escuchado de gente mayor que el tiempo pasa volando. Pero cuando somos adolescentes, y dada la ansiedad que nos caracteriza y gracias a todas las cosas que queremos probar, nos parece todo lo contrario. Pero es así, y sé que aún soy demasiado joven con 23 años para poder decirlo. Sin embargo hace más de 6 años que llegué a España y todavía me parece que fue ayer. Entonces me pregunto a dónde ha ido a parar tanto tiempo. En efecto, me doy cuenta que el tiempo pasa volando.

Lo peor no sería que el tiempo fuera tan raudo al pasar a nuestro lado. Sino la desidia que se apodera cada vez más de uno, para luego preguntarse dónde están los logros y los sueños realizados. Es inevitable sentir un profundo resentimiento porque todos somos capaces de grandes hazañas y, a diferencia de otros menos afortunados, tenemos casi todas las oportunidades de conseguirlas. Aún así, sabiendo eso, desaprovechamos el tiempo.

Hace tan solo unos días más de medio mundo, lleno de júbilo y optimismo, recibía al nuevo presidente norteamericano Barack Obama. Sus palabras, en el discurso inaugural, hablan de un difícil nuevo comienzo después de casi una década de inamovilidad. Hablan de la grandeza por conseguir y que para ganársela no existen atajos, ni caminos fáciles y que ese camino solo esta hecho para los audaces, los activos, los trabajadores. Hablan de la actitud ante los mayores problemas y miedos; con la frente en alto, con valentía, esperanza y virtud. Palabras llenas de sabiduría, de espíritu individual y colectivo. Palabras que, independientemente de nuestra tendencia política (sí es que se tiene) debemos recordar siempre.

Ya que solo así se llega a las metas que muchos aspiramos en sueños; creando oportunidades y aprovechando al máximo las existentes. Para que cuando los años hayan pasado y pensemos en ellos como fugaces, al menos no nos quede el amargo sabor de boca de que fueron años dominados por la apatía y las decepciones.

Para terminar, e intentar no romper las tradiciones, os dejo un bonito pensamiento sobre la voluntad. Una visión de la determinación que todos deberíamos considerar aplicar a nuestras vidas y ante cualquier objetivo que nos propongamos.

La voluntad es una potencia, y, considerada en sí, es un bien. Uno admira la fijeza de la resolución que, una vez tomada, persiste invencible al choque del dolor físico, a la atracción de seducciones exquisitas, a todas las variedades de la experiencia que, por la violencia o la dulzura, por el trastorno del espíritu o por el debilitamiento del cuerpo, actúan para derrotarla.

Hippolyte Taine. Filosofía del arte.

Sufrimiento

urante noches enteras he intentado buscar la mejor metáfora que defina la vida tratando de ser lo mas objetivo posible y no salirme así de los esquemas del librepensador que pretendo, a veces en vano, ser. Pero pienso que es inútil. No existe esa optimista metáfora que obcecadamente intento encontrar o inventar. Por eso hoy decido ser subjetivo, intransigente y mordaz, por que a veces no hay otra salida más que perder los estribos y convertirte en un adepto mas del más abyecto nihilismo.

¿Por qué ser lo contrario? Es la pregunta del millón que asola en mi cabeza. Si la realidad disfruta bofeteándome con mi entorno, para el regocijo de la “energía cósmica” (bonito eufemismo que me he inventado de dios, destino, y todo aquello superior a nosotros que puede controlarnos, que desconocemos y que reniego) que nos rodea, cuando la pantalla de humo se disipa y queda expuesta a la luz los empolvados instintos mas viles, los recuerdos mas dolorosos, las verdades mas hirientes… mi realidad.

Con la mirada abatida contemplo taciturno el desierto de mi todo, de mi vida. Y el camino que pretendo recorrer queda obstaculizado por un lóbrego manto de niebla que me envuelve en el sopor mas espeso para llevarme al sueño eterno que subconscientemente tanto deseo. Abrazado por el letargo más amable y condescendiente, cierro mis ojos y me dejo llevar por las dulces falsedades de mi interior.

Es mejor así. Ignorar la verdad de una vida donde la única y verdadera esencia humana es el sufrir. El sufrimiento, la idea más justa y más equitativa con cada uno de nosotros, la perfecta utopía llena de aflicción. El sufrimiento, el salario y condena por tener mentes superiores. El sufrimiento, que si no padeces es porque simplemente no eres humano.

Hoy me voy a la cama con la ilusión de dormir para siempre, observando el mundo a través de una ventana entre sueño y sueño. Pero como sé que es imposible dormir tanto, antes de dormirme desearé que cuando amanezca haya recuperado la compostura y que las optimistas cataratas de mis ojos hayan vuelto para engañarme con su holográfica apacible visión de una existencia menos amarga y de que esa feliz metáfora de la vida existe y que algún día estará a mi alcance.