El Enemigo

o es raro, en el reino de los hombres, que nos encontremos durante nuestra vida un número considerable de enemigos. Pienso que es tan fácil como tener amigos y, a veces, incluso más.

Pero el tener enemigos no debe desalentarnos, ni mucho menos deprimirnos. Es normal encontrarnos rivales en nuestra profesión, en nuestra vida… Es normal causar envidia y avivar las frustraciones de otros. Y hasta normal ser traicionado de vez en cuando.

Sin embargo, el tener enemigos, puede ser provechoso para nosotros, -a parte de ser un extraño pero legítimo honor-, ya que nos mantiene alerta como una buena partida de ajedrez, nos consuela y a su vez nos halaga que alguien pueda sentir tan contradictorios sentimientos por nosotros, y, también, al ser traicionados, no enseña una valiosa lección sobre la lealtad y la amistad.

En mi reciente curiosidad sobre las ajenas reflexiones de la enemistad me encontré con un considerable número de pensamientos y frases tan profundas como el móvil en el cual fueron alentadas a escribir. Espero que os guste y que os sirvan para reflexionar y tener en mejor estima a vuestros enemigos.


¿Qué importa morir al día siguiente de la muerte de nuestro enemigo?
Anónimo. Las mil y una noches

Aunque tu enemigo sea pequeño como una hormiga, témelo como si fuera un elefante.
Mil amigos es poco; un enemigo es mucho.
Anónimo. Proverbios turcos


Un enemigo ocupa más sitio en nuestra cabeza que un amigo en nuestro corazón.
Habría que ser de tan poco mérito para no tener enemigos que yo no aconsejo a nadie que se jacte de no tenerlos.
A. Bougeard. Pailles et poutres


Quien lucha contra nosotros, refuerza nuestros nervios y perfecciona nuestra habilidad. Nuestro adversario no hace mas que ayudarnos.
Edmund Burke. La Revolución francesa


El sabio no intenta vengarse de sus enemigos: deja este cuidado a la vida.
P. Courty. Poésies et pensées

Ningún guerreo prudente desprecia a su enemigo.
Johann Wolfgang von Goethe. Ifigenia

Los enemigos más peligrosos son aquellos de los cuales el hombre no piensa defenderse.
Arturo Graf. Ecce Homo

En las antiguas y grandes rencillas es cosa muy difícil establecer una leal reconciliación, que a menudo se ve impedida o por la sospecha o por la avidez de la venganza.
Francesco Guicciardini. Pensamientos

Tienes un enemigo. ¿Qué significa? Que tienes un hombre delante de ti del cual debes hacer o tu amigo o tu esclavo.
Christian Friedrich Hebbel. Diario

Fingid ignorar la existencia de vuestros enemigos. No cometáis la vulgaridad de defenderos contra ellos.
Enrique Ibsen. Cartas

Es por debilidad que se odia a un enemigo y que se piensa en vengarse de él y es por pereza que nos apaciguamos y que no nos vengamos.
Jean de La Bruyère. Les caractéres

Nada más peligroso que un ignorante amigo; mejor sería un sabio enemigo.
Jean de La Fontaine. Fábulas

¿No veis cómo no hay injurias? Enemigos sí hay, que lleno está de ellos el mundo, como de su memoria el Evangelio.
Hortensio Félix Paravicino. Sermones

Una sola piedra puede desmoronar un edificio.
Por astuto que ande el que es enemigo se le ve el corazón en los labios.
Siempre los enemigos nos hacen mejores o más avisados.
El supremo saber es hacer de los enemigos amigos.
Mal me va cuando mis enemigos me hacen coplas.
Francisco de Quevedo. Sentencias

Los amigos suelen abandonarnos a la hora de la desgracia; los enemigos nos siguen hasta la muerte.
Alvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones.
Breviario de política experimental.

No te alegres de la caída de tu enemigo, ni se regocije tu corazón en su ruina, para que el Señor, que lo está viendo, no se ofenda, y aparte de él y traslade a ti su enojo.
Salomón. Antiguo Testamento, Libro de los Proverbios

Caro me es el amigo, pero también el enemigo me es útil: al amigo me demuestra lo que puedo; el enemigo, lo que debo.
Friedrich von Schiller

No hay nadie tan humilde que no tenga el poder para dañar.
La aflicción de nuestros enemigos nos induce a amarlos más.
Séneca. Libro de oro

Fantasía Final

ace solo unos minutos tuve el privilegio de revivir una de las más inspiradoras aventuras gráficas: Final Fantasy VIII. Lejos de ser un fanático, siempre que puedo, en mis ratos de ocio, me divierto con algún videojuego. A pesar de que el rol no es mi tipo de juego favorito, Final Fantasy VIII es una de las historias que mas me ha cautivado por su original y conmovedora historia, su jugabilidad, sus personajes, su música, además de una larga lista de atributos de este, como ya he dicho, maravilloso juego. Sabiendo que llevaba años sin jugarlo (aproximadamente 6) y aprovechando que una versión para PC había llegado a mis manos, me puse manos a la obra para terminarlo al cien por cien.

Sin embargo, para mi gran sorpresa, al terminar dicho juego me encontré con que había gastado cerca de las 100 horas en completarlo. Mi asombro no es para menos, he invertido, entre una sesión y otra, más de 4 días enteros (sin descontar las horas de sueño, de comer…), es decir que he gastado, a 8 horas la jornada laboral, mas de 12 jornadas laborales en pasar un juego.

No quiero decir que me arrepienta de haberle dedicado tanto tiempo al siempre bienvenido ocio. Pero, es común que a veces despilfarremos el tiempo en actividades no productivas. Aún recuerdo una vez que me vi en una situación parecida en la que me gaste muchísimas más horas que en esta última experiencia. Lo que hizo que perdiera un tiempo precioso y otras cosas mucho más valiosas que la actividad en la que quemaba inútilmente las horas. Y creo fielmente que cuando algo así se convierte rutinario puedes llegar desperdiciar tu vida.

Mientras escribo esto, irremediablemente, se me vienen a la cabeza multitud de verdades aplastantes: que se puede tener un nivel decente en un idioma con 100 horas, que con 100 horas de estudio no habría problema para superar un semestre, que con 100 horas mi nivel artístico mejoraría sensiblemente… es decir, que con 100 horas mejoraría notablemente en lo que me propusiera. Y, es que como bien sabéis, hay multitud de hobbies que no solo divierten sino que además nos proporcionan y explotan nuestros talentos innatos y, al menos para mí, el haber estado 100 horas delante de una consola no me ha proporcionado nada.

En fin, para terminar, haré caso a un articulo que una vez leí en el que a un reputado artista se le preguntaba precisamente por los videojuegos, a lo que el respondía que no jugaba, que lo había dejado hace tiempo, no por que fueran malos, sino porque, de hecho, le quitan mucho tiempo y no le aportaban nada.

En mi caso, y en el del entrevistado, eran los videojuegos. Pero, cualquier cosa puede ser un agujero negro de tiempo. La cuestión es preguntarse a si mismo, si esa actividad es lucrativa y si no perjudica aquellas actividades que deberían ser de prioridad, pero que, curiosamente, son las que menos tiempo invertimos en ellas.

Quizás penséis que esta no es una reflexión muy interesante. Pero, para mi lo es, ya que tan solo hace unas horas, irónicamente, he vivido mi fantasía final.

Nail Gee

Recipiente

l sonido del reloj retumba cada vez más fuerte. Lo suficiente como para hacer retemblar las sombras que me cobijan casi cariñosamente. El espacio entre el tic y el tac del reloj se hace cada vez más amplio. Tanto, que parece que el tiempo, jugando conmigo, se detuviera por completo. Mi mente carente de pensamientos contempla el segundero avanzar inevitablemente. Como si fuera su condena la de hacernos sentir cada vez mas viejos con su infinito y rutinario caminar.

–¿Te he hecho esperar mucho? –la suave voz de la mujer a la que esperaba pacientemente desgarró la inmaculada quietud de la habitación y, como si de magia blanca se tratase, ahuyentó aquellas sombras que poco a poco estaban asediando mis pensamientos.

–En absoluto. –respondí apático esbozando mi mas sincera sonrisa que, en mi caso, no de dejaba de ser una línea bastante exigua.

Pero ella rió. Sabia a la perfección que era lo máximo que mi irrisoria voluntad me permitía sonreír.

–Pues lo siento mucho, de veras. Estaba preparándome para ti. Ya me duché, me perfumé, me maquillé y me vestí con mi mejor lencería. Solo me falta peinarme, en un momentito estoy lista. –Su tono era coqueto, como el de una niña manteniendo una conversación con sus muñecas–. Siempre suelo hacerlo a pesar de que tú nunca me tocas. Ya sabes, el resultado del mismo rito, el de cada noche que me visitas, el que nunca se consuma. –Cambiando repentinamente de tono en sus últimas frases sonaba profundamente resentida. Como si negarme a su cuerpo, aún habiéndolo pagado, fuera la mayor de las deshoras. Curiosamente yo pensaba que debía representarle un alivio, ya que el hecho de no querer acostarme con ella le eximia de lo que para ella era trabajo.

Volví a sonreír, esta vez mirando hacia mi regazo sintiéndome avergonzado. En el fondo nunca me ha gustado hacer sentir mal a una mujer.

–Pero no importa, aún así disfruto de tu compañía. A veces me viene bien un poco de de charla, ¿sabes? La mayoría de los hombres que vienen a mi se sienten tristes y miserables. No lo demuestran porque en eso radica su hombría: en ocultar sus sentimientos. Pero yo puedo sentir, por como me poseen, por la rudeza de sus embestidas, sus jadeos e incluso por sus mudos llantos, que ellos están profundamente abatidos. Puedo ver como sus lánguidas almas lloran a cantaros por dentro. ¿Será un don lo que tengo? Dime Víctor ¿tu que opinas?

Escuchar mi nombre me resultaba incomodo. Siempre había renegado de él. Por costumbre me hacia llamar de diversas maneras y escuchar un nombre tan ajeno como el de Víctor me hacia sentir una fugaz añoranza. A decir verdad no sé porque le dije mi verdadero nombre a ella. Quizás sea que con gente como ella, en teoría, no debería sentir ningún tipo de pudor y en una forma bastante morbosa inconscientemente había asociado esa intemperante faceta con mi autentico nombre.

–Puede que así sea. Me alegra librarte de esa labor así sea por unas escasas horas. –Dije mirándola fijamente a los ojos mientras ella, la más bella de las prostitutas, terminaba de cepillar su sedoso y largo pelo color dorado sentada a unos pocos centímetros de mí.

–Si, en parte me libras de la carga física. Y no es que te lo agradezca, porque en el fondo me haces sentir como si mi cuerpo no te despertara ningún deseo, así fuese muy leve. ¿Cómo crees que se sentiría un chef al haberle dedicado bastante tiempo y esfuerzo en prepararte una suculenta cena y que tu solo te limitaras a pagar y no probaras ni un bocado, dejando enfriar y desperdiciar tan exquisitos majares?... –Pensaba decirle que no era lo mismo, pero sabía que era una pregunta retórica, así que no la interrumpí–. En fin, que estar contigo no significa un absoluto descanso de mi trabajo… –Hizo una pausa, apoyando sus manos sobre su regazo y suspirando profundamente mientras intentaba darle forma de palabras a sus pensamientos–. Contigo, siéndote honesta… me sigo prostituyendo igual, al menos yo lo siento así. Con aquellos hombres me comporto como un recipiente donde ellos descargan momentáneamente sus frustraciones. Pero al menos con ellos con una simple ducha, me vuelvo a sentir blanca y libre de las tinieblas de sus almas. Pero contigo no hago el amor físicamente, es cierto, sin embargo cuando nos sumergimos en el mundo de las palabras y me confiesas los desdichados capítulos de tu vida siento que hago el amor espiritualmente y mentalmente contigo. Y siento como mi alma se convierte en el recipiente de tus desventuras, cada una de ellas mas pesada que se sumergen estrepitosamente al fondo de mi conciencia. Entonces cuanto te marchas la única manera que tengo para limpiarme y sentirme pura de nuevo es llorando… –Se detuvo de nuevo. En esta nueva pausa sus ojos, irremisiblemente, comenzaron a despedir unas escasas, pero significativas, lágrimas amargas. Sentí la imperiosa necesidad de abrazarla y besarla, como si fuera mi obligación consolarla por haberla herido al compartir mi verdadero yo. Pero me detuvo el sentirme, de repente, un verdugo de sentimientos, un encapuchado que al contar cada una de sus afligidas experiencias cercena la luz de los espíritus. No quería hacerla llorar más. Puede que ella se tomara mi consuelo como un acto hipócrita. Y por segunda vez no dije nada– llorando lágrimas… –Al menos tuve la cortesía de ofrecerle mi pañuelo– lágrimas de sangre, ardiente lágrimas de dolor del fondo de mis tristezas ajenas.

Ella enmudeció, miraba al suelo distraída. Quizás contemplando con suma tristeza una vida arrebata, sus sueños frustrados. Deseaba poder ver su pensamiento y contemplar ilusionado la vida que esa mujer se merecía por el simple hecho de haber nacido tan bella. Mirarla era como imaginarse una flor respirar con los cálidos rayos de luz de primavera, como cada pétalo bañado por el rocío matutino se expande y se dilata para sentir el gratificante beso del fugaz amante, como lo es el sol. Una flor inmune al paso del tiempo, una flor que parece que no se marchita. Al imaginar tan poético símil el deseo de observar sus utópicos pensamientos se desvaneció. Era lógico imaginarse como sería la vida que ella desearía tener: cualquiera que no fuera ser el recipiente físico, mental o espiritual de crueles seres como yo.

Los latidos del reloj, gracias al forzado silencio, volvían a resonar reclamando su territorio, su hogar: la habitación. Ella sumida en el viaje atemporal de sus fantasías respiraba con tranquilidad con la mirada perdida en el suelo. Perturbar su universo sin dolor me confería una extraña sensación de desasosiego. Pero, el dejarla vagando por más tiempo en el paraíso de su vida arrebatada solo conseguiría hacerla sentir mas abatida a la vuelta.

Así que, sin pensarlo más, deje a un lado la calidad de egoísta cliente y pase a convertirme en su amigo. Cogí su mano con suavidad y ella, sorprendida al girarse, se encontró con mis labios en un profundo beso afectivo lleno de empatía y respaldo. Un beso de amor. Un beso de almas mutuas, recíprocas. Un beso que ciega a las estrellas. Un beso arrancado de, aquellas, nuestras vidas arrebatadas.

Sin abrir nuestros ojos, saboreando los restos de un beso digno de un largometraje. Nosotros, los protagonistas, nos encontramos inmersos en un fuerte y cálido abrazo, aferrados con firmeza a nuestros torsos. Inamovibles nos quedamos escuchando nuestros latidos compaginándose el uno con el otro, y estos a su vez con los latidos del infinito tiempo representado irónicamente por una minúscula caja de plástico, el pequeño reloj rojo, el tercer habitante de esa pequeña habitación, ahora bastante menos siniestra.

Sin soltarnos por un instante. Acerque suave y lentamente mis labios a su oído y le confesé susurrando que esta noche ella no tendría que llorar. Que yo lloraría por ella. Que yo escucharía esta vez sus desventuras. Que yo sería su recipiente mental y espiritual y que ella solo tenía que abrirse a mí. Todo lo que ella tenía que hacer era dejarse sentir amada.

Así pues, lentamente nos recostamos, sin dejar de abrazarnos, sobre su mullida cama, campo de batalla de contradictorios sentimientos. Y como si fuéramos una sola pesada hoja atraída por la fresca y sanadora corriente de un río, cuyo caudal son litros de alivio, nos dejamos arrastrar sin oponer resistencia. Entonces, empapados en esa sublime paz, ella empezó a contar lentamente su vida y yo, como si fuera una persona nueva, entre dóciles besos y caricias, entrelazado a ella, la empecé a escuchar…